Me duele el fanatismo. En todas sus vertientes, pero especialmente en el fútbol. Quizás porque es la que más de cerca nos toca o al menos con más frecuencia. Me duele ver cómo la sociedad debate, lucha o defiende un gol anulado o un fuera de juego, con más o menos razón, pero una convicción irrefutable en sus discursos.
Me duele especialmente verlo entre la gente joven de nuestro país. Cómo un deporte que no es más que eso, deporte, es capaz de sacar lo peor de cada uno hasta el punto de perder el respeto, las formas y la educación incluso con familiares o amigos.
Me duele ver cómo se idolatra a gente que vive en una burbuja ajena a los problemas reales de la gente de a pie, y no a esos padres o esos abuelos que se desviven por llevar el plan cada día a sus casas. Ahí es donde habría que luchar, gritar, pelear y reivindicar unos derechos y unas libertades que vemos cada día más castigadas y manipuladas.
Me duele ver cómo hemos normalizado la precariedad laboral y la corrupción política. Cómo nos conformamos con trabajos basura y sueldos miserables. Cómo el próximo rival de nuestro equipo nos preocupa más que los másters regalados en la universidad pública, los currículums falsificados o el dinero público robado por nuestros gobernantes.
Me duele la pasividad de la sociedad. Cómo los pensionistas se echan a la calle a reivindicar sus derechos mientras los jóvenes miramos alelados una pantalla de televisión esperando un gol de nuestro equipo cuando deberíamos estar haciendo retumbar los cimientos del Congreso.
Me duele mirar a un futuro cada vez más incierto. Ese horizonte oscuro que cada vez se nubla un poquito más. Me duele cómo algunos amigos o conocidos abandonan nuestro país en busca de unas oportunidades que aquí no tienen. Cómo el talento y la ilusión se van diluyendo como un azucarillo en un vaso de agua.
Me duele que se rían de nosotros delante de nuestras raíces. Me duele por mí mismo, pero también por nuestros padres, hermanos, parejas y demás familiares y amigos. Entiendo que el fútbol es pasión y sentimiento e ilusión. Pero no olvidemos que también es un negocio, y que al 99% de la población no nos reporta ningún beneficio más allá de una alegría o tristeza efímera. Luego volveremos a darnos de bruces con la realidad.
Dejemos el fanatismo balompédico un lado y centremos nuestras quejas, reproches, rabia y cabreos en la lucha por intentar cambiar este letargo mortecino en el que vive sumido España.